“Los escritores, si escribimos con honestidad, lentamente podemos ir transformando el terreno. Y obviamente hablo de escribir literatura y no propaganda, porque, aunque ésta implique una causa justa, siempre sonará falsa a los ojos del lector. Cualquier revolucionario, por más valiente o maravilloso que sea, es un ser humano con virtudes y debilidades, y sólo la literatura puede resquebrajar su aureola de santo”.
-Nadine Gordimer (1991), al recibir el Premio Nobel de Literatura.
Desprenderse de algo, a lo largo de la literatura universal, ha constituido el pretexto perfecto para relatar una excelente historia. Narraciones de este tipo nos convierten en testigos de los intentos, a veces desesperados y a veces no, de un sinfín de personajes que, uno tras otro, se encuentran a la búsqueda de aquello que han perdido. Pero la tragedia más grande, quizá, es desprenderse de aquello que no se tiene e ignorar que se padece tal carencia. No obstante, en el mundo de Mehring, un industrial blanco y de mediana edad sobre quien recae el peso de esta novela de Nadine Gordimer, quien pierde aún más es la población negra. O tal vez no pierden, por el simple hecho de que ya queda poco por perder… tal vez porque nunca han ganado. La novela se sitúa en una época donde el apartheid en Sudáfrica se encontraba en su punto más alto: donde la violencia se volvió especialmente cruenta, y donde el destino de aquellos con la piel atezada se encontraba marcado.
Escrita en 1974, la autora nacida en Springs, una provincia de Sudáfrica, cuenta la historia de Mehring, un hombre blanco que se encuentra en el medio de una crisis existencial que parece carcomerle las ideas: su esposa acaba de mudarse a Estados Unidos tras terminar su matrimonio; se ha quedado solo, con su único hijo adolescente y de espíritu rebelde, quien resulta ser un crítico mordaz de los hábitos y creencias de su padre; sus amantes (una izquierdista, en particular) le quieren por su dinero y a sus amigos cada vez les frecuenta menos. En un arranque de determinación, Mehring decide comprar una granja a las afueras, en la antigua provincia del Transvaal. Tal decisión pone en su mente imágenes de sí mismo, controlando la producción en la granja, incrementado su capacidad adquisitiva… tomando ventaja de los tiempos en que la segregación racial era la constante. Pero, especialmente, encontrando sentido a una vida que parece haberle volteado la cara. Cuando logra su propósito, no parece existir evento o persona que pueda perturbarle la paz y la confianza recién adquiridas, hasta una mañana en la que aparece, en su finca, el cuerpo inmóvil de un negro que parece no ser reconocido por sus trabajadores.
Naturalmente, al ser negro, a la policía local poco le importa, como tampoco molesta a Mehring, quien toma el suceso como producto rutinario; ordena a Jacobus, un trabajador que a ratos parece ser la voz que cuenta la historia, que se le entierre sin la menor dignidad. Sin el menor reconocimiento de humanidad en el cadáver, sólo buscando continuar un patrón de supremacía blanca que para Mehring es algo natural y de hecho. Pero no es hasta que una inundación en la finca devuelve el cuerpo a la superficie, que la imagen del negro le persigue. Una imagen que no se aparte de su mente a todas horas y le reclama sus acciones; le deslegitima su confianza en sí mismo y en los de su tipo; le acusa de perpetuar atrocidades que la población blanca considera finalizadas si están bajo tierra.
Mehring no encuentra tregua alguna en su mente, donde la policía no puede acallar las voces negras que han surgido para reprenderle. Y es que este cincuentón aferrado a sus costumbres y forma de vida quiere conservar todo, a toda costa: necesita mantener sus bienes, su posición social, su supremacía, y el orden político sudafricano tan cruelmente jerarquizado, aún si eso implica negar la existencia y derechos de quienes trabajan para él. Especialmente, si esto supone justificar sus acciones. La pluma ágil de Gordimer llena las páginas de un simbolismo que nos llena en dos vías: una exploración de la cultura zulú, por un lado, y la reflexión de pérdida que se adelantó líneas arriba, por el otro: porque la gran tragedia (quizá la gran estupidez) de Mehring consistió en no haberse dado cuenta de que su finca era más de los negros que suya; no se percató de que la tierra pertenece, no a aquellos que la trabajan o administran, sino a aquellos que la viven; no se dio cuenta de que la farsa de la supremacía racial tendría un costo muy alto. Y estas acciones llegarán a pasar factura en un inesperado final que cierra, de forma redonda, el argumento de Gordimer.
Esto es lo que nos cuenta una sensacional autora sudafricana que, tras leerse, parece llenar de razón los argumentos de aquellos quienes le otorgaron el Nobel. Y es que Gordimer ha logrado conjuntar la decadencia y la muerte en un mismo espacio, uniéndolas por un sentido de conciencia social que hace del arte una denuncia. Que toma la literatura (no la utiliza, porque la literatura jamás se utiliza, si es que ha de ser tal) como el medio para dar a conocer aquellas voces que de otro modo no encuentran salida. Aquellas voces que, sin este medio, se quedan enclaustradas en la mente de personas como Mehring.
Tal y como lo plantea la cita que inaugura estas líneas, es posible hacer literatura de altos vuelos que incorpore, al mismo tiempo, el reclamo a un orden social injusto. Y Nadine Gordimer lo hace de forma tal que sus letras no pierden nunca el calificativo de “arte” (por plantearlo así). Es poseedora de una prosa comprometida políticamente, sí, pero que encuentra en dicho compromiso el complemento perfecto para tejer una poderosa historia. En palabras de la autora, “El tiempo y los libros publicados, […] confirmaron que yo era escritora, y que la literatura de testimonio era lo mío. Me di cuenta, como creo que lo hacen muchos escritores, de que en lugar de restringir, inhibir y anular burdamente la libertad estética, la condición existencial de quien da testimonio la amplía e inspira, rompiendo, a través de la necesidad, las limitaciones previas que me imponían el sentido formal y el uso del lenguaje: así es posible crear formas y usarlas de manera novedosa. La literatura de testimonio encuentra su lugar en las profundidades del significado revelado, en las tensiones de la sensibilidad, la conciencia intensa y la permanente receptividad frente a las vidas de aquellos entre quienes los escritores experimentan la suya propia como fuente de su arte”.
Nacida en 1923, Gordimer ha publicado ocho novelas y una gran cantidad de cuentos cortos (muy pocos disponibles en nuestro país), que le han valido importantes reconocimientos por la crítica y el público: además del Nobel, El Conservador le valió el prestigioso premio Booker, otorgado a lo mejor en las letras inglesas. Le fue otorgada la Orden del Águila Azteca, la condecoración mexicana que se confiere a ciudadanos mexicanos o extranjeros por contribuciones importantes a la humanidad. Amiga personal de Nelson Mandela, fue una de las primeras personas a quien este pidió ver, cuando salió de prisión en 1990. Como tantos otros autores africanos, su obra es casi imposible de encontrar, pero El Conservador puede adquirirse en librerías del país (tanto físico como electrónico) bajo el sello editorial de TusQuets, a un precio razonable.
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